lunes, 31 de octubre de 2011

Pajaritas y mediterraneidad: la mejor opción, la abstención

Pajaritas y mediterraneidad: la mejor opción, la abstención

Aires orientales, infantiles y mágicos en el parque oscense
Andaba buscando el otro día argumentos para volver a engañarme de nuevo y acudir a votar el 20 N. Incluso en este foro proclamé con alegría el descubrimiento de una opción que comenzaba a tentarme con sensualidad. Pero eso quizá llegue en otro momento. Esta vez no.

En anteriores ocasiones traicioné mi apoliticismo visceral manipulando vilmente mi conciencia. Todas y cada una de las veces que me he saltado mi principio abstencionista me he arrepentido desde el mismo momento en el que introducía la papeleta en la urna. Pero no es esta la razón por la que sé que ninguna treta logrará sacarme de mis trece. Dos hechos recientes han fortalecido de tal modo mi vena anarquista rancia, que nada ni nadie podrá llevarme dentro de unos domingos camino del triste colegio electoral. El primero me lleva a la determinación por la vía sentimental y estética, mientras que el segundo lo hace por el camino de la razón y la ideología política.

Ramón Acín según visión de José Luis Cano

La primera de las armaduras contra la tentación electoralista, me ha caído como llovida del cielo, con motivo de una inocente visita turística a mi vecina Huesca. Una pareja de la capital del Ebro, hastiada de recorrer los mismos bares, se acerca a ver si encuentra más alicientes en los oscenses. Como hay que ganarse el almuerzo, deciden recorrer primero las calles de la mano de una guía municipal. En dos horas, Monasterio de San Pedro el Viejo, Catedral, Ayuntamiento y Museo; casi nada. El caso es que al pasar por delante de la casa en la que vivió y trabajo Ramón Acín, a un servidor se le puso un nudo en la garganta. Tanto que en ese momento me comprometí a llevar a cabo dos tareas: visitar su obra emblemática en el parque de la ciudad e investigar un poco sobre las circunstancias de su asesinato. Así que al terminar la visita, los zaragozanos se aventuran en el parque entre la melancolía que deja la ausencia de los pavos reales, que décadas atrás alegraron sus paseos dominicales. El rincón de las Pajaritas estaba desierto pero el ambiente era mágico. La luz penetraba entre los claros de los árboles en líneas tan rectas como las de las esculturas. Formas puras, geométricamente infantiles, integradas en una naturaleza salvajemente oriental. Al momento creímos estar paseando por los jardines del emperador en Kioto. El artista creo un mundo que décadas después sigue cautivando al visitante. Basta con sentarse unos minutos ante las enfrentadas esculturas para que el niño que llevamos dentro se despierte del letargo. El código secreto que maneja en sus formas actúa como un conjuro que ahuyenta la malicia y el egoísmo que nos convirtió en adultos sin darnos cuenta. Dominando el lenguaje de la infancia y la inocencia, el artista nos continúa animando a no ceder en lo importante de la vida: la búsqueda de la felicidad.

Salomé se retuerce en su sensualidad en un capitel del claustro de
San Pedro el Viejo de Huesca
Visita obligada
Así que con el espíritu más libre y libertario gracias a la experiencia, me faltó tiempo para documentarme sobre los últimos días de la vida del artista y pedagogo aragonés. Leí datos biográficos, consulté su obra y etapas, encontré algunas de sus aventuras como periodista, divulgador e ilustrador. Como suele ocurrirme en tantas ocasiones, me avergoncé por el desconocimiento que tenía de una figura tan esencial en nuestro pasado. El pecado es mayor en mi caso, pues aunque descreído y cínico uno es historiador de formación y de profesión, así que durante unos días fui acumulando documentación sobre el personaje. Tanta que llegó a cubrir a modo de sábana toda la superficie de mi cama y me alejó de la programación televisiva que utilizo para atontarme cada noche a modo de Orfidal. Me facilitó la labor la excelente página web de la Fundación Ramón Acín y Katia Acín (http://www.fundacionacin.org/) , pero será un texto literario de Víctor Juan el que me llevará a recrear el sufrimiento de tantos asesinados en el oscuro verano del 36. Lo aporto como testimonio para quien quiera consultarlo:          

"Ramón Acín no pudo resistir la imagen que construía con los sonidos que llegaban desde la habitación de al lado. No hay sufrimiento más cruel que el sufrimiento imaginado. Y salió de su refugio. Allí, en el pequeño habitáculo que le había servido de escondite, quedaron, esparcidos en el suelo, papeles de distintos tamaños con las últimas palabras, con los últimos apuntes que hizo durante los días que estuvo escondido. Y junto a los últimos apuntes, en el suelo, quedó la última pajarita que fabricó, una pajarica que sus dedos hicieron maquinalmente, doblando y desdoblando distraídamente una hoja de papel mientras en su cabeza sonaba La última rosa del verano, la hermosa melodía que acompañaba los giros de la pajarita de la caja de música que encandilaba a Katia y a Sol. Aquella música mezclaba la ternura y la tristeza, la tristeza de la separación y la ternura de los últimos besos. Era una melodía que retrataba la belleza de lo efímero, la necesidad de aprovechar el momento porque todo se pasa casi sin sentir, y porque la belleza es siempre demasiado breve. Era la misma canción que le acompañó durante su exilio del año treinta, tras el fracaso de la sublevación de Jaca, cuando se instaló en París. Tarareaba esta canción cuando al atardecer paseaba por le bois de Boulogne, por los jardines des Tuillèries o sentado en uno de los bancos junto al Sena, en le Quartier Latin, a la sombra de la catedral de Nôtre Dame, cuando acudía a visitar a alguno de sus amigos pintores que se habían instalado allí o cuando dedicaba la tarde a curiosear entre los puestos de los libreros de lance. Ramón Acín miraba el agua mansa del río e imaginaba a Katia y a Sol jugando con la caja de música. Imaginaba sus ojos abiertos y su sonrisa, mientras la pajarica bailaba una danza infinita. Era la misma melodía que le acompañó en aquella celda que compartía con otros cuarenta y siete hombres cuando escribía una carta dirigida a sus hijas, una carta en la que dibujó una palomica que salvaba las rejas de la ventana de la prisión y volaba libre, llevando un mensaje de amor para Katia y para Sol.
Somos la música que escuchamos y Ramón Acín proyectaba esa doble mirada sobre la realidad, una mirada melancólica y tierna. Anidaban en su interior la ternura de sus manos acostumbradas a dar vida al barro, al papel, al lienzo, a la piedra y al hierro, y la melancolía, la misma melancolía que despertaba en él el baile de la pajarica al compás de La última rosa del verano. La última.
Cuando vieron aparecer a Ramón Acín en la sala, se abalanzaron sobre él, apenas le dejaron respirar. Llevaba puesta una chaqueta de pijama. Por el bolsillo asomaban los lápices de colores que le acompañaban permanentemente, unos lápices que eran sus herramientas y sus únicas armas. No dejó de mirar a Conchita ni un instante, a pesar de los golpes, a pesar de los insultos. La miraba como si ella pudiera leer su mirada y él pensaba que nunca la había amado tanto.
Los vecinos que presenciaron cómo sacaron a Ramón Acín y a Concha Monrás de su casa no pudieron olvidar, mientras vivieron, los estremecedores gritos y el llanto de Sol y Katia. No pudieron olvidar su propio miedo, un miedo amargo que atenazaba sus gargantas y les robaba la voluntad. Y tampoco pudieron olvidar su vergüenza al escuchar algunos aplausos, insultos y abucheos. Eran “los buenos vecinos de Huesca” que escribiría Max Aub en La gallina ciega, que celebraban la detención de Ramón Acín.
Aquella misma noche del 6 de agosto fue asesinado. Indefenso, solo, apaleado, maniatado, destrozado por el llanto y los gritos de Conchita y de las niñas, mutilados los sueños, sin palabras, con la boca seca y la cabeza a punto de estallarle. Se enfrentó en solitario al grupo de asesinos que lo llevaron a las tapias del cementerio de Huesca. Conocía a todos aquellos hombres convertidos en bestias. Después de tanto dolor, sólo conservaba la dignidad de su mirada.
Sonaron los disparos y la sangre se mezcló en la tierra. Se apagó la luz y las manos creadoras se quedaron para siempre quietas y los labios inertes y la mirada rota...
Concha Monrás fue fusilada, junto a otros 97 republicanos oscenses, el día 23 de agosto de 1936.
Algunos años más tarde, el sepulturero indicó a la familia el lugar preciso donde estaba enterrado Ramón Acín. Cuando exhumaron sus restos encontraron la camisa de pijama que llevaba puesta cuando lo arrancaron de su casa. Por uno de los bolsillos asomaban los lapiceros de colores que eran sus herramientas y sus únicas armas".

Fragmento de la novela de Víctor Juan Por escribir sus nombres. Zaragoza, Prames, 2007.

Lapiceros de colores contra las balas. Ese era el mensaje que extraje del fragmento. Recordé la armonía del mundo que sentí días atrás en el parque. La obra del ser humano en su cotidianeidad puede ser pura, bella, natural, perdurable y positiva. Yo me quedo con ese aprendizaje. No mancillaré mi recientemente limpiada conciencia con mi voto a un partido. La realidad puede y debe ser mejor. Pajaritas de colores contra las papeletas. La interpretación es subjetiva, pero es la mía.

La segunda experiencia que me lleva a decidirme por el abstencionismo es de carácter algo más prosaico y racional, pero no es menos contundente. Será de nuevo un texto el que active mi resorte apoliticista y me ponga en guardia ante posibles ataques de seducción del sistema político que nos embruja. La referencia es Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España, Coord. Julián Casanova. Crítica, colección Contrastes. Barcelona, 2010. El capítulo dedicado a la filosofía política del anarquismo español lo trata el profesor José Álvarez Junco y es el que me interesa rescatar aquí. Trata el autor de sintetizar en apenas una veintena de páginas las claves del pensamiento anarquista, que ha tratado con mayor profundidad en otros estudios. Establece las fases del desarrollo como pensamiento y como movimiento. Dedica el grueso del estudio a diferenciar entre el anarquismo de corte más individualista y teórico del anarcosindicalismo posibilista y organizado. Diserta sobre sus distintos métodos de acción, destacando el apoliticismo como característica medular del pensamiento. Inserta en movimiento dentro de un contexto internacional, separándose de la visión romántica y simplista tradicional en la historiografía clásica. Ninguna novedad importante en un ejercicio sintético muy recomendable para un primer acercamiento al tema. El tono es divulgativo y pese a la tradicional mala pluma de la historiografía española frente a la anglosajona, se lee bastante bien y la línea argumental es clara y más que aceptable.

En primer plano Álvarez Junco, autor del capítulo, junto a
Julián Casanova, coordinador de la obra
Lo que verdaderamente me metió una bomba de relojería en el cuerpo lo puede encontrar el lector en las dos últimas páginas del estudio, donde Álvarez Junco se dedica reflexionar sobre el manido tema de las causas del triunfo de la versión anarquista frente a la marxista dentro del movimiento obrero español. Desecha las visiones románticas centradas en argumentos como la idiosincrasia nacional y otras cuestiones de carácter etéreo. Por otro lado se aleja de la visión más ortodoxa de los historiadores sociales que todo lo atribuían a especificidades estructurales. El autor nos sumerge en nuevas variables que ayudan a comprender el fenómeno como algo más complejo. Otorga a los rasgos morales y religiosos un papel con una importancia mayúscula. El ambiente cultural español de los siglos XIX y XX “se caracterizaba por un bajo nivel de alfabetización y un abrumador protagonismo de la Iglesia Católica”. Pese a la pérdida de influencia y credibilidad de la Iglesia, no se había eliminado la mentalidad religiosa y el catolicismo fue reemplazado por otras promesas redentoristas. Nos recuerda que alguien tan autorizado como Gerard Brenan llegó a afirmar que el anarquismo era el protestantismo español. El prestigio de los dirigentes del movimiento y sus figuras míticas se basaba “en su rigor moral y vida austera más que en la profundidad o brillantez de su pensamiento”.
El párrafo esclarecedor donde profundiza la conexión de las propuestas anarquistas con la civilización en la que florecen reza así:

“No pretendo explicar el anarquismo español solamente a partir de estos rasgos morales y religiosos. Ese tipo de moralismo existió en otras corrientes. (…) Pero los anarquistas fueron especialmente intransigentes con cualquier acomodación o concesión ante una realidad política y social que creían intrínsecamente perversa (…) Por otra parte, el anarquismo no sólo se caracterizó por el moralismo, sino por heredar una serie de mitos escatológicos ancestrales en los que habían creído los habitantes del mundo mediterráneo durante siglos o milenios. Entre estos viejos mitos, que sin duda encuentran ecos también, en menor medida en otros movimientos políticos radicales, podríamos mencionar un planteamiento de tipo redencionista y apocalíptico. Uno puede encontrar en los textos anarquistas muchas referencias a una lucha entre dos grandes poderes que ha inspirado los conflictos sociales a lo largo de los tiempos: el progreso, la libertad o el pueblo, enfrentados con la reacción, la autoridad o los privilegiados. No es descabellado ver en ellos reencarnaciones de las viejas divinidades del bien y el mal, dos polos éticos una vez más a punto de enzarzarse, o enzarzados ya en este momento, en la gran batalla final. Lo cual habría de conducir al triunfo del bien y la erradicación definitiva del mal en el mundo, pues así lo garantizaba la ciencia –La “palabra de Dios” contenida, no en la Biblia, el libro por antonomasia, sino en “los libros”, a los que con tanto respeto se refieren los analfabetos”.

Por fin un científico, y de reputación reconocida, se refiere al aspecto cultural mediterráneo. Reconoce un bagaje cultural fruto de la acumulación de vivencias de una civilización que va más allá de las actuales fronteras nacionales. Como fiel continuador de una de las maniqueas tendencias que cita el autor, la del bien; me reafirmo en la no participación en enfrentamientos electorales. La gran batalla se avecina, y recuperando mi ancestral conciencia milenarista, la espero camuflado en la ironía. El ejército de los hombres buenos está comenzando a moverse, y no será un domingo de noviembre el día señalado para que desate su furia, ni una papeleta su fuego purificador.

Continuará (A buen seguro)

Y para brindar por los mejores, descorchamos
lo mejor de lo mejor
Legum, garnacha
Cariñena

miércoles, 26 de octubre de 2011

Bizcocho de carajillo de anís y Azafrán

Gula y Pereza: Bizcocho de carajillo de anís y Azafrán del Jiloca

Dos en uno: Gula por su sabor y pereza por
integrar el carajillo de anís y el Azafrán en su masa

Bizcocho de carajillo de anís

Ingredientes: (ocho raciones sencillas o cuatro pecaminosas)

Tres huevos
100 gramos de mantequilla
200 gramos de azúcar
100 ml de leche entera
100 ml de café expreso
100 ml de Anís del Mono
Un sobre de levadura química
300 gramos de harina de trigo
Media cucharada de Azafrán del Jiloca
Azúcar glas para decorar

Materias primas de calidad
Huevos de gallinas camperas

Amarillenta y untuosa mantequilla

Resultado cremoso




Elaboración:

Comenzaremos batiendo los huevos con el azúcar en un bowl grande con varilla, para que monte un poco. Una vez bien mezcladas añadiremos la mantequilla en pomada y continuaremos con el batido manual. Cuando esté bien integrado añadiremos el carajillo que habremos preparado a partes iguales con el café y el anís. Por último el chorrito de leche que clarifique el asunto y prepare la mezcla líquida para recibir los ingredientes secos. La levadura y la harina las iremos tamizando sobre el recipiente mientras removemos con las varillas poco a poco. Cuando hayamos añadido todas las cantidades apuntadas arriba, la mezcla debe quedar de un líquido muy espeso, casi cremoso. Es el momento de añadir el Azafrán bien molido a la crema.

Verteremos la masa en un molde engrasado con mantequilla al que habremos espolvoreado de harina e introduciremos en el horno precalentado a 170 grados durante 35 minutos aproximadamente. Haremos la prueba de pinchar con un palillo para ver si está cocido por dentro. Es importante no abrir el horno durante la cocción, pues podría interrumpir el proceso de levado y quedarse algo chafado. Cuando lo tengamos a punto, lo sacaremos a enfriar boca abajo, a temperatura ambiente, sobre una rejilla para que se enfríe de manera homogénea.

Empapado en un café con leche por la mañana, acompañado de un moscatel peleón a la hora del bocata o con mermelada de naranja amarga por la tarde el placer está asegurado. Aunque un servidor se lo cruzó por la noche después de cenar, que es la hora preferida de los pecadores, bien rociado con un chorrito de leche condensada para conjurar a los angelitos y que vigilaran mi placido sueño.

En su molde engrasado y enharinado

Resultado decorado.
No mencioné el anís
para no estantar a los cobardes


Justificación de la receta

Es bien sabido que los espíritus mediterráneos somos eminentemente pecadores. No en vano gestamos, desarrollamos y luchamos contra la religión que más ha teorizado sobre el tema. Añado que pertenezco a la primera generación que hemos querido ignorar los preceptos religiosos, por considerarlos una estafa para la humanidad, y un recurso de los poderosos para someter a la gente de a pie. Tenemos las cosas claras, pero hay un sentimiento del que no hemos sido capaces de deshacernos, el pecado. Cuando las hornadas de nuevos jovencitos sobrepasan cualquier barrera de las tradicionalmente consideradas decorosas, no son conscientes de su transgresión. El aburrimiento que provoca esa falta de referencias se proyecta en la sensación de apatía que demuestran constantemente. En nuestro caso la cosa es bien distinta.

Lo cierto es que el precio que pagamos es alto, pues buena parte de nuestros antiguos compañeros cayeron en brazos del catolicismo agonizante o de la heroína agonizadora. La esquizofrenia nos conquistó a fuerza de ignorancia. El resto sobrevivimos haciendo lo que creemos que hay que hacer, o las más de las veces lo que podemos. Ignoramos las posturas dogmáticas e intentamos no caer en demasiadas adicciones. Disfrutamos de cada transgresión porque en nuestro código genético llevamos grabadas a fuego las líneas, que la Iglesia prohibió cruzar cuando su poder temporal era mayor. Al pecar se activa un resorte en nuestro interior que nos advierte. Conectamos una vez más con nuestra madre Eva, y nos pitorreamos del timorato y aburrido Adán. Por culpa de ella, es cierto que parimos con dolor y debemos ganar el pan con el sudor de nuestra frente; pero también gracias a ella conocimos el placer de ir más allá de los límites permitidos. Pionera en el pecado, Eva se erige en nuestra santa patrona, y a ella va dedicado el pecaminoso placer que hoy traigo aquí.

Eva mordió la manzana y nos abrió
todo un mundo de placeres.
Adán miraba cobarde y atontado


Algún ajuste de cuentas con el pasado más negro me alegra el día de vez en cuando. A eso me puse la otra tarde cuando sentí la llamada del pecado. Si no hay pecado no hay emoción. Si no hay referencias que transgredir, no vale la pena el viaje, por ello, recordé la lista de los pecados capitales que me hacían repetir en la recién nacida escuela democrática. Institución donde convivían lo más carca de la sociedad tardofranquista con lo más juvenil e inexperto de la progresía panera, allá a finales de los setenta.
El que más me llamaba la atención por entonces era, sin duda, la lujuria, pero con el paso de los años y las oportunidades que da la experiencia, resultó ser un pecado algo soso comparado con otros. Una vez descubierto, gran parte de la mitología que la Iglesia me generaba contra él desaparecía. Bueno, no está mal. Un cigarrillo y a otra cosa, mariposa. Pero el mismo devenir de la vida me hizo algún descubrimiento sorprendente. Dos de los pecados que menos me tentaban en mi inocente infancia se revelaron como milagrosos. La gula y la pereza.

Los siete pecados según los vio un lúcido en su época
El Bosco (miembro ilustre de la cofradía de los pecadores)
Hoy pienso qué distinto sería el mundo si nos abandonásemos a su imperio y dictadura. Hermanos en la mesa y en la cama. Abrazados todos en la lucha final de los fogones y las siestas. Quizá el atractivo de ambos sea sencillo de escudriñar. Se trata de los dos pecados que más satisfacción física nos aporta, además de ser los que más cerca nos hace de estar en comunión con el cielo. Si Santa Teresa entraba en su legendario éxtasis a puro de meditación, nosotros lo hacemos con bandejas de mejillones y cremosas croquetas. Largas tardes de siestas y amodorramientos ante el televisor nos confraternizan con los leones del África más safarística. Panes untados por maduros tomates y toda la serie de embutidos del Ampurdán nos dejan temblando hasta límites paradisíacos. Si Eva mordió una triste manzana, los pecadores al borde de la cuarentena hemos aprendido a hacerlo con algo de mayor enjundia. Por ejemplo con un buen pincho de tortilla o unas finas lonchas de jamón de Teruel. El espíritu se eleva y abandona este banal mundo para caer rendido en una dulce orgía organizada y dirigida por los paganos dioses olímpicos.

El caso de hoy, el bizcocho de carajillo de anís, ofrece la posibilidad de pecar dos veces con una sola acción. La pereza de preparar un carajillo se supera integrándolo en la propia masa del bizcocho, mientras que la gula se apodera de nuestra alma desde el primer jugoso bocado. Basta con levantarse del sofá, rebanar una buena pieza de bizcocho y regresar a la posición inicial. Mínimo esfuerzo, máximo beneficio. Que trabaje Rita, o algún productivo alemán, que de ellos será el aburrido reino de los cielos. 
Con similitudes diabólicas, el mono nos reta desde su sabiduría.
Además ayuda a encarar las mañanas de invierno.
¿Pecado o servicios a la Comunidad?

domingo, 23 de octubre de 2011

Tostada de foie fresco con patatas panaderas

Tostada de foie fresco con patatas panaderas

Propuesta lujuriosa de El Mirlo Blanco desde la misma entrada del Tubo
Tostadita de foie con patatas panadera


Hay días en los que uno se siente rancio. Abandona la modernidad y se atreve a encararse a su tiempo. Como no respeto la dictadura de la moda gastronómica, ni me pierdo por los típicos menús de bodas cargados de empachosos entremeses y castigados por el maltrato a las carnes y pescados; no tengo empacho en cometer tres atropellos contra el tratamiento tradicional de este plato en nuestros días.

1-      Unas patatas panaderas sin ajo picado, sin ningún tipo de grasa animal que las anime y sin salar. Casi nada. El interés es que el protagonismo sea para el filete de foie, cuya grasa derretida aportará el sabor que buscamos hoy. Las patatas será meras receptoras. Agentes pasivas como corresponde a su condición de guarnición. Siempre ha habido clases, y tratándose del foie…
Las tenemos, y de las buenas



2-      Un filete de foie que no sirva para coronar un corte de solomillo. No sé a quién se le ocurrió una broma como ésta: machacar una de las partes más sabrosas, y con una textura más suave, del vacuno, a la vez que asfixiar el poderío y la originalidad del foie no es algo fácil para nadie. Un caso más de grandeza por separado y ruina combinado. No es el lugar, pero al personaje que ideó este atropello tan extendido en banquetes de tragaldabas no le va a la zaga quien decidió inundar con salsa, de algo tan suave como el queso azul, el citado solomillo (miedo a la verdad, creo…)

Si se desea presenciar un crimen, en cualquier banquete de boda:
Solomillo con foie


3-      No espere el comensal moderno encontrar aquí reposo, pues el tercer atrevimiento consiste en eliminar todo tipo de mermelada, confitura, membrillo o similares. Que ya sabemos que el foie marida muy bien con el dulce, pero por Dios, para eso se inventó el Sauternes, o si no llega el bolsillo, cualquier cava semiseco. El resto sólo es algo improductivo e inexplicable de lo que, a buen seguro, nos reiremos a carcajadas dentro de un tiempo (¿Quién no se sonroja hoy pensando en sus hombreras ochenteras? No cometamos más errores de los que seguro nos avergonzaremos mañana)
O peor, Foie con confitura
¿Dónde ha quedado el buen gusto?
Presiento que olvidado, como el Sauternes. Vaya pena


Una tapa nada a la moda: tostada de foie sin solomillo debajo ni confitura de nada encima

Ingredientes: (cuatro tostadas)

Cuatro rebanadas de pan de hogaza
Cuatro filetes de foie fresco de calidad (aunque es más económico, mejor no usar congelado)
Aceite de Oliva Virgen Extra
Sal en escamas
Cuatro patatas medianas

Elaboración:

Pocas tapas tienen una elaboración tan sencilla como ésta, pues su fuerza le viene precisamente por el uso de elementos básicos en su forma más natural, pura y sin estridencias.
En primer lugar laminaremos las patatas peladas con un grosor aproximado de un centímetro. Las dispondremos en una bandeja sobre papel de hornear y las rociaremos con el aceite de oliva. Las introduciremos en el horno precalentado a 180 grados y las asaremos durante veinte minutos. Tras ello y sólo con el gratinador les daremos un buen calentón para que se doren los bordes de las patatas. En el momento de gratinar aprovecharemos el calor para introducir las rebanadas de pan en el horno y tostarlas por ambos lados.

Con una copita de frío cava y el hígado al punto


Con las patatas servidas en el plato y las tostadas junto a ellas, llega el momento de dedicarnos al foie. Para evitar disgustos y debido al elevado precio del producto, se recomienda que sea el carnicero o charcutero quien lo filetee. Si no puede ser se recomienda un truco de nuestros vecinos gabachos: en una olla con agua caliente pero sin hervir escaldar treinta segundos la pieza entera, así el corte será más limpio sin que la carne del hígado se descomponga. Con los filetes ya preparados y en una sartén caliente sin aceite los pasaremos unos segundos por cada lado, hasta que adquieran su particular color tostado. La grasa que pronto verterán será suficiente para su cocinado y para evitar que se peguen a la plancha.

La presentación es sencilla al buscar los sabores de la manera más elemental posible. Sobre la tostada depositaremos el filete de hígado y sobre el unas escamas de sal y unas gotas de aceite de oliva. Las patatas tampoco las hemos salado para dejar protagonismo al foie, por ello es el momento de añadirle la sal y pimienta al gusto, aunque se recomienda que sea más bien poca o nada. La grasa del foie impregnará las patatas aportándole el sabor particular que pretende esta elaboración.
Lo que mal empieza...
(Más de la mitad de los matrimonios acaba en separación,
Seguro que eligieron Solomillo con foie y confitura. Y de bodega un Rioja, jijiji)


viernes, 21 de octubre de 2011

Verduras al Raas al Hanout y Azafrán del Jiloca

Verduras al Raas al Hanout con Azafrán

El aceite de oliva se impregna de las especias
produciendo un resultado muy, muy mojable


Receta de Verduras al Raas al Hanout y Azafrán (Aquellas conservas olvidadas en la alacena)

Ingredientes:

Una cebolla D.O. Fuentes de Ebro
Un bote de pimientos asados del piquillo
Un bote de corazones de alcachofa en conserva
Un bote de setas de cardo en conserva
Tres dientes de ajo
Una cucharada de azúcar (o de miel)
Aceite de Oliva Virgen Extra
Sal
Raas al Hanout
Azafrán
El aroma en la cocción
hipnotiza al cocinero


Elaboración:

Debido al diferente tiempo necesario para saltear los ingredientes, iremos añadiéndolos en varias tandas a una sartén grande o wok. En primer lugar sofreiremos en aceite de oliva los dientes de ajo enteros y sin pelar que habremos golpeado antes para que extraiga bien los jugos. Sin esperar a que se doren demasiado añadiremos la cebolla cortada en juliana más bien gruesa. No nos olvidemos de un buen pellizco de sal para que suelte bien el agua. Antes de que comience a dorarse, y cuando esté bien tierna, añadiremos el pimiento. Ya sabemos que están asados, pero un buen paso por la sartén sirve para quitarles el sabor a crudo que siempre conservan. Es el momento de agregar una cucharada de azúcar para contrarrestar la acidez de los frutos rojos. Las alcachofas y las setas suelen estar casi al punto en las conservas, por ello, las saltearemos junto a la cebolla y el pimiento durante dos minutos para que se integren bien los sabores y adquieran temperatura. El último toque lo dará una corrección de sal y el añadido de una cucharada de Raas Al Hanout y otra de Azafrán. Daremos unas últimas vueltas y serviremos directamente en el plato para consumir calientes. Otras posibilidades podrían ser sustituir la especia magrebí por otra con un origen un poco más lejano, el curry, y si puede ser picante, tanto mejor; o por pimentón de la Vera ahumado y picante, lo que nos dará un resultado más castizo y cantinero. Como advertencia diremos que aunque parezca un plato ligero recomendado para dietas hipocalóricas la realidad es bien distinta debido a la necesidad humana de untar pan hasta sacar brillo al plato. Un placer vegano irresistible.


No es nunca una mala elección

Pero la de hoy será ésta


 Fronteras políticas, religiosas y físicas: construcción de tres grandes mentiras.

Cuando uno se enfrenta a un Atlas puede hacerlo desde el punto de vista descriptivo y memorístico o desde la crítica y la ironía. Un servidor siempre lo había hecho de la primera manera por deformación profesional. Las líneas y colores de los mapas, repletos de banderitas y de símbolos, nos ofrecen una visión del mundo ordenada. Así son las cosas y así debemos aprenderlas y transmitirlas.

Pero pensando en una especia para condimentar unas verduritas en conserva,  que descubrí en el fondo de mi despensa, me entraron unas ganas terribles de arrojar todos mis mapas a la papelera. Tres eran las posibles candidatas que barajaba: pimentón ahumado picante de la Vera, Curry y Raas al hanout. Fanático de las tres traté de establecer un criterio para la elección. Esta vez quería algo que tuviese que ver con alguna tradición local, por ello el curry se caía al furgón de cola de manera inmediata. Entre la pareja que se mantenía en carrera, mi candidata a priori y sin parar mucho a pensarlo era el pimentón. Tan arraigado en nuestros guisos más preciados. Además el Raas al Hanout se trata de una combinación de especias típicas de Magreb, zona tan ajena culturalmente.

Magreb, el occidente del mundo árabe


¿Tan ajena? Fue entonces cuando me di cuenta de que los prejuicios aprendidos de los Atlas habían hecho mella en mi visión del mundo. Es cierto que el pimentón es un condimento muy común en nuestra cultura, pero no lo es menos que su origen, americanísimo nos queda algo distante. Que un fruto como el pimiento, venido del Nuevo Mundo hace cuatro días, cultivado y consumido por culturas indígenas americanas con un pasado tan distante a nuestra civilización mediterránea; sea considerado más cercano a nosotros que una especia cuyo uso está extendido por todo el Magreb no deja de ser irrisorio. No es necesario más de dos minutos en cualquier población del norte de África para verse invadido por aromas penetrantes. Cuero, tintes, hierbabuena y por supuesto Raas al Hanout. Esa es la realidad y ese es nuestro pasado. Durante los siglos de ocupación musulmana de la península, Al-Andalus olía igual.

Nuestras ciudades no sólo se vieron embellecidas por sus geometrías decorativas, las bibliotecas crecieron gracias a la labor de los traductores, científicos y filosíficos. Se avanzó en el mundo de la música y en otro bien olvidado hoy en día, la gastronomía. Se ha estudiado mucho sobre las innovaciones técnicas en el mundo de la agricultura peninsular en el territorio musulmán, pero no tanto en la cuestión de cómo se trabajaban esos ingredientes para producir alimentos de los que sólo una parte muy pequeña han sobrevivido hasta nuestros días. Guisos esplendorosos en sus presentaciones,  coloristas y sobre todo con una consideración artística que contrastaba con la de los tragaldabas vecinos cristianos del Norte. Tratamientos dulzones de las carnes y pescados. Introducción de frutos desecados como ingredientes fundamentales en los platos. Una hipercalórica repostería repleta de almendras, pistachos y miel. Gusto por las combinaciones de especias de la que eran expertos consumados gracias a la situación geográfica de sus orígenes árabes.

Vergonzosa expulsión de los moriscos


Si el conocimiento sobre el aprovechamiento de las aguas proviene del origen desértico de los árabes, que debieron aprender a maximizar un recurso casi inexistente. El buen manejo de las especias lo adquirieron por ser un enclave estratégico en la ruta caravanera que venía del lejano Oriente cargada de sacos con polvos  exóticos que pronto aprendieron a manejar. De toda aquella sabiduría proviene la mezcla que hoy utilizaremos. Desmesuradamente aromática, no se trata, como puede parecer a simple vista, de un condimento cargante. Podrá, quien decida utilizarla, apreciar su delicado sabor que no enmascara el gusto del ingrediente principal. Sin connotaciones dulces ni saladas, sin agresiones picantes, aporta al sabor de verduras y carnes un matiz delicado, colorea grácilmente el plato y destaca el aroma casi de manera mística.

Tras la rastrera expulsión de judíos, musulmanes y, por último, de los moriscos vino un olvido forzado de todo aquello que había sido habitual en la península durante más de siete siglos. La Limpieza de Sangre, la llegada y expansión de productos de América y nuestro actual orgullo de occidentales del Primer Mundo han producido una mutilación voluntaria de nuestro pasado. La naturaleza humana, en el fondo, es sabia, por ello, basta con abrir un bote de la apreciada especia para darse cuenta de que está en la base misma de nuestra cultura. No sólo compartimos mar. Nuestro espíritu andalusí se rebela contra el olvido. Nuestros dirigentes pueden dar la espalda al mundo norteafricano tantas veces como quieran, que un simple aroma encerrado en un frasco de cristal puede desmentir toda esa distancia que aparece en los Atlas. Nos diferencian fronteras físicas, religiosas y lingüísticas. Nuestros territorios están coloreados con gamas muy distintas en todos los órdenes, pero hay algo que no aparece en los mapas y que no podemos esconder del todo: un mar y su pasado.

Mutiló una parte importante
de su país
Felipe III


Vienen al recuerdo los judíos expulsados por la intransigencia de los RRCC en 1492, los musulmanes que no se bautizaron por orden del Cardenal Cisneros en 1499 (siete años después de que el “humanista” Fernando el Católico se comprometiese por escrito con el granadino Boabdil a respetar las propiedades, costumbres y religión de la población que se quedase en el reino granadino) y la vergonzosa expulsión de los moriscos por Felipe III (eran los descendientes de aquellos que se bautizaron) tras más de un siglo de acoso y derribo por parte de la monarquía Habsburgo. Nuestros vecinos expulsados se dispersaron por todo el Mediterráneo con su cultura andalusí en la espalda, pero dejaron muchos de sus aportes en el subconsciente colectivo. Hora es de hacer un poco de justicia y como veo muy lejana la cuestión política y la corrección del color de los Atlas, hoy me decido por el Raas al Hanout como acto de rebeldía y para tratar de corregir todas las barreras que nos separan en los Atlas.

Coloridos exóticos y mezclas imposibles
Una protesta y un lamento por todos los ridículos elementos ficticios que hoy nos distancian: religiones contrarias al espíritu de la razón, regímenes políticos corruptos y en muchos de los casos autoritarios, nacionalismos decimonónicos desfasados que no representan el sentimiento de los pueblos que encadenan y otras sandeces. Argumentos para rellenar mapas con líneas y colores que dividen, enfrentan y perjudican la convivencia entre vecinos. Modesta, humilde y superficial, pero es mi contribución de hoy a la causa mediterránea.
Mas pan, más pan, es la guerra!!!

martes, 18 de octubre de 2011

Pan mediterráneo, olivas de Aragón y buen vino

Pan mediterráneo, olivas de Aragón y buen vino: Trilogía de mis amores

La bruja Avería y los Electroduendes
Iconos ochenteros para toda una generación
Sé que esta entrada supone dentro del mundo blogero-gastronómmico una frivolidad, pero tratándose de una propuesta dedicada a un personaje como nuestra Alaska es de lo más pertinente. Una merienda tan ligada a nuestra cultura y a nuestros ancestros merecía un personaje especial como acompañante. En esas me encontraba cuando el otro día se me presentó, a modo de revelación, ante mis ojos uno de los personajes más entrañables y voluptuosos de nuestro panorama musical actual. Olvido Gara no sólo representa todas las cualidades del espíritu mediterráneo sino que además nos enlaza con la misma historia reciente de nuestro país. Casi sin sentir su presencia, Alaska ha puesto banda sonora a casi todos los momentos trascendentales de la historia de nuestra joven e inexperta democracia. Excesiva hasta el extremo, apasionada, exhibicionista, creadora de un universo estético original, la artista no sólo vive en constante búsqueda de la felicidad y los placeres más intensos, sino que intenta por todos los medios transmitirle al espectador esa pasión por la vida y el mundo. Parece que ha descubierto el secreto de nuestra existencia, pero se ve incapaz de disfrutarlo a solas. Necesita comunicarlo a gritos y eso se siente en cada una de sus actuaciones. La de Zaragoza que cerró las Fiestas del Pilar fue un ejemplo más de lo mismo. Salimos todos de allí envueltos en plumas y lentejuelas, y cargados de un optimismo tan necesario en estos tiempos. Por ello, Alaska, esta receta va para ti. Tararear “¿A quién le importa lo que yo haga?” mientras escupo con fuerza cada hueso de oliva es hoy para mí una de la mejores formas de pasar una tarde otoñal pensando en bajar futuras escaleras en escenarios aún desconocidos.

La fotografía no le hace justicia al pan de cerveza
¿Será por la cerveza que llevaba encima el fotógrafo?

Merendola ancestral: pan de cerveza, puñado de olivas y copa de vino

Ingredientes:

500 gramos de harina de trigo integral ecológica
Un botellín (33 cl) de cerveza de doble fermentación o tostada
Una cucharadita de miel de romero
Sal
Un puñado de olivas negras de Aragón
Una copa de vino tinto

Ingredientes básicos
Clave: una buena cerveza con cuerpo


Elaboración:

La preparación del pan es el único trabajo que nos va a dar la propuesta de hoy. En un recipiente grande mezclaremos la harina con la miel y la sal. Sobre ella verteremos el contenido del botellín de cerveza. Amasaremos, lo cual nos resultará tremendamente fácil en comparación con otras masas, pues la combinación entre la cerveza y la harina integral es similar a un matrimonio de conveniencia, el único verdaderamente sincero y duradero. Con la masa homogénea, reposada y dispuesta en un molde enharinado la llevaremos al horno precalentado a 180 grados durante treinta minutos. Una vez cocido el pan lo dejaremos atemperar boca abajo sobre una rejilla.

Genéticamente mediterráneos
La merienda se prepara con el pan, que cortaremos y gotearemos con unas lágrimas de Aceite de Oliva Virgen Extra D.O. Bajo Aragón; unas olivas negras en un cuenco y una copita de buen vino de la tierra. El placer y lo entretenido de combinar bocado de pan y oliva se dispara al poder limpiar de sabor el paladar con un tinto con cuerpo y poder comenzar de nuevo. El problema es decidir cuándo terminar con el ritual.

Inmortalizada por García Alix
Llevamos al Olvido en nuestra memoria
Justificación de la receta

Una de las maneras de combinar bien todos los elementos de la llamada trilogía mediterránea es a su vez una fórmula de conectar con nuestro pasado más íntimo. Histórica es esta propuesta de merienda. Utilizando los productos de la manera más directa posible recreamos las costumbres de nuestros mayores. Esta vez vamos a renegar de elaboraciones y presentaciones vanguardistas. Ignoraremos todos los avances que han lanzado a la cocina española al estrellato mundial. Nos alejaremos de espumas, moléculas y nuevas texturas para indagar, a modo de arqueólogos, en una costumbre casi perdida. Un buen cantero de pan tierno y migoso en una mano y un puñado de olivas en la otra. Alternando bocados nos daremos cuenta de que cuesta encontrar un maridaje mejor de alimentos. Los hidratos del trigo y la cebada entrando en conflicto con las grasas de las olivas provocan una batalla donde el único vencedor es el paladar, donde se acentúan los contrastes violentos en un resultado inexplicablemente sublime. Si hablamos de cereal y olivo debemos terminar añorando la vid, el tercer elemento base de nuestra dieta.

Símbolo de la modernidad
Compañera en nuestro crecimiento


Se dice que el ritmo de las olas del mar calma el espíritu al recordar el origen de la vida. Todos los seres vivos tenemos el mar como pasado común y nuestro código genético lleva impreso en su fundamento la añoranza de su propio origen, el mar. Sería como volver a la cálida y protectora bolsa amniótica lugar de génesis de todos nosotros. Es también el caso de los tres elementos que tratamos de combinar hoy. Nuestras papilas gustativas tienen memoria, y ésta se activa de inmediato cuando ingerimos alimentos ligados a las civilizaciones que nos preceden. Una verdura al curry nos puede resultar el bocado más suculento en un momento determinado, pero si sustituimos la exquisita y exótica especia por un chorrito de aceite de oliva la sensación es bien distinta. No por su sabor, ni aroma, ni textura, pues hay gustos para todo; sino por la conexión de nuestro espíritu con su pasado generacional. El enlace es automático, natural, animal y brutal. No está basado en el conocimiento ni en la razón, sino en el bagaje cultural que tras milenios de historia hemos ido acumulando en el mismo espíritu de nuestra civilización. Se me tachará de hegeliano en este punto (tanto hablar del espíritu de los pueblos) pero dejándonos de metafísicas propongo al lector de estas líneas un ejercicio práctico. Pan, olivas y buen vino. Es uno de los mejores modos de conocer intensamente de dónde venimos.   

Orígenes de locura y dinamismo

sábado, 15 de octubre de 2011

Ensaladilla de Cebolla D.O. Fuentes de Ebro y Tofu

Dos ensaladillas y una receta: pervivencia del búnker en nuestras calles

Excelencia cubista y vegana
Asustado ante la visible pervivencia de actitudes preconstitucionales por las calles de Zaragoza durante estas Fiestas del Pilar 2011. Tras la hinchazón de iconografía decimonónica a uno se le viene a la cabeza lo que una vez hicieron los intransigentes de este país. La tradicional Ensaladilla rusa la tradujeron a un lenguaje nacionalcatólico, pasándo a denominarse Ensaladilla nacional. Un despropósito más de aquellos días, que creíamos que no volverían jamás. ¿Seguro?

Ingredientes sencillos y saludables

Versión del siglo XXI: Ensaladilla rusa vegana/Versión ultra: Ensaladilla nacional insulsa

Ingredientes:

Tofu ahumado

El privilegio de la Cebolla dulce D.O. Fuentes de Ebro

Pepinillo y guindilla para alegrar

Para la ensaladilla:

250 gramos de tofu (es preferible si se encuentra ahumado)
200 gramos de Cebolla D.O. Fuentes de Ebro
Unas tiras de pimiento verde
Un bote de pepinillos en vinagre
Dos guindillas en vinagre

Para la salsa:

100 ml de leche de soja
Aceite de Oliva Virgen Extra (mejor uno suave del Bajo Aragón)
Un diente de ajo
Una cucharadita de mostaza de Dijon
Una cucharadita de Alcaparras de Ballobar en polvo
Sal

Salsa espesa para amalgamar bien

Elaboración:

Para comenzar nuestra ensaladilla sería conveniente disponer de un cuchillo bien afilado para evitar riesgos de corte. El primer paso consiste en trocear la pieza de tofu, la cebolla, los pepinillos, las tiras de pimiento  y las guindillas en cuadraditos uniformes. No conviene que sean muy grandes, y más bien, todos del mismo tamaño. Con todo ello en un recipiente grande para mezclar reservaremos mientras nos ocupamos de la falsa mayonesa.

En el mismo vaso batidor verteremos la leche de soja y casi todo el ceite necesario (una parte de leche por tres de aceite para comenzar). Añadiremos la mostaza, el polvo de alcaparras y medio diente de ajo. Batiremos (primero desde el fondo, y cuando comience a cuajar, iremos subiendo y bajando el brazo de la batidora). Corregiremos de sal y mezclaremos la salsa con el resto de ingredientes. Tenemos preparada la exquisita ensaladilla, que no resultará tan saciante y fuerte como su hermana, la rusa tradicional.


Sugerencia: sobre una rebanada de buen pan tierno
resulta un montadito muy especial